En la latitud errónea,

en un milenio desfavorable,

con el peor de los augurios,

nació mujer.

Apenas llegada

le amputaron los caminos,

le cosieron las palabras,

le dijeron que era escollo.

Cada suspiro se le hizo silencio.

Alguna vez

la mirada se le subió hasta las nubes

y desde allí

disfrazada

cayó como lluvia.

Y esperó a que pasaran los días

escondida en una vida

que apenas era vida.

Respiró, escuchó, llevó su cuerpo,

o era llevado.

 Sus recreos eran una vereda

para mirar pasar,

 su mejor vestido

igualar la pared o la silla o la piedra,

 y  descansar en la superficie

impalpable de la nada.

Viviana Bonfiglioli

Seis mil niñas infibuladas por día...

Vengo a que me ames,

vengo a que me hieras

con todas las armas que

te entrego.

Vengo a encontrarme en tus preguntas.

Vengo a perderme en tus respuestas.

Vengo además

a mirarte

para que puedas acertar

con la imagen que refleja mi retina.

Vengo a que me digas

todo lo que

no podés decirte.

Vengo con todo lo que me queda,

vengo con poco,

pero vengo.

Vengo a sembrar por el suelo

tus memorias,

tus nostalgias, tus trofeos

tu camisa blanca,

las huidas, los finales,

las amnesias;

el abandono, los viajes

sin hacer.

Tus zapatos caminados

tus recuerdos, y omisiones.

Vengo a que me vistas

me otorgues, me adornes

vengo a que me hagas a tu imagen

y medida,

vengo bien desierta.

                      

                                                                        Viviana Bonfiglioli

 foto: Michal Lukasiewicz

Eusebio


Eusebio vivía en la costura del techo. Justo en la línea que separa las dos aguas.  Desde ahí miraba el horizonte. Sus ojos se estiraban hasta lo más lejano que podían recoger; así sabía cuando estaba lloviendo allá por el suroeste o se daba cuenta que el Zonda empezaba a levantar ese viento de horno por el norte. 
Lo que no sabía nunca era que a veces el sol lo tostaba vuelta y vuelta mientras él tiritaba por una lluvia que caía a veinte kilómetros de su cara. Así su cuerpo se  le ampollaba y él se quedaba esperando un agua que a veces torcía su rumbo y nunca llegaba a mojarlo. 
Eusebio no sentía la luna llena alborotando su sangre y sus ansias, porque él ya estaba amaneciendo con una ciudad que rotaba más rápido que su pueblo.
Eusebio siempre vivió adelantado.
Un día se angustió porque vio venir un cortejo. 
Cuatro amigos traían un cajón en andas. Cuando pasaron junto a su casa miraron hacia el techo y le dijeron: 
-Bajate Eusebio, vení que esta muerte es la tuya.

                                                                             Viviana Bonfiglioli

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

Amar mientras dormimos

Venimos de la misma noche,

no lo decimos pero,

estuvimos amando desde el ancho

de una ciudad a oscuras.

Reunimos las palmas,

los deseos y  los besos

y pudimos comprobar,

que así vale la pena amar.

Venimos de pulsar las mismas cuerdas

porque,

cuando me miraste

se me cayeron las prudencias,

las vergüenzas

la ropa raída del dormir.

Nos leímos los mismos

surcos,

tomamos de la misma fuente.

Pero ahora

cuando te vi,

compusimos los mismos

vacíos

callamos las mismas palabras

se levantaron los silencios

cuando presentimos

para luego negar,

que

veníamos de la misma noche.

                                       Viviana Bonfiglioli

Foto: Li Ran

                             

El libro de tu vida - Entrevista

http://www.youtube.com/watch?v=C0E4E-dHT6s

http://www.youtube.com/watch?v=W_rsDBg7o0k