Eusebio
Eusebio vivía en la costura del techo. Justo en la línea que separa las dos aguas. Desde ahí miraba el horizonte. Sus ojos se estiraban hasta lo más lejano que podían recoger; así sabía cuando estaba lloviendo allá por el suroeste o se daba cuenta que el Zonda empezaba a levantar ese viento de horno por el norte.
Lo que no sabía nunca era que a veces el sol lo tostaba vuelta y vuelta mientras él tiritaba por una lluvia que caía a veinte kilómetros de su cara. Así su cuerpo se le ampollaba y él se quedaba esperando un agua que a veces torcía su rumbo y nunca llegaba a mojarlo.
Eusebio no sentía la luna llena alborotando su sangre y sus ansias, porque él ya estaba amaneciendo con una ciudad que rotaba más rápido que su pueblo.
Eusebio siempre vivió adelantado.
Un día se angustió porque vio venir un cortejo.
Cuatro amigos traían un cajón en andas. Cuando pasaron junto a su casa miraron hacia el techo y le dijeron:
-Bajate Eusebio, vení que esta muerte es la tuya.
Viviana Bonfiglioli